Amor Primero



Recuerdo que de chibolo siempre fui bien mongo. De grande, sigo siéndolo. Y, claro, de adolescente la cosa no fue diferente. Cuando me tocó dejar atrás el colegio y empezar la aventura –fascinante y riesgosa- que llamamos universidad, la cosa se me puso difícil en muchos aspectos, el amor, por ejemplo, fue uno de ellos.

En el verano de 2006 comencé mi preparación pre-universitaria, donde –se supone- tendría un ingreso seguro y rápido a la universidad. Las cosas no sucedieron así por un pequeño (gran) detalle: Me enamoré. Y me enamoré no perdida, sino perdedoramente de una chiquilla que se sentaba en las primeras filas del salón. Los primeros días no me había enterado de su presencia, así que cuando una mañana la vi entrar al salón, el tiempo se detuvo en sus largos cabellos negros igual que en los comerciales de shampoo de la televisión.

Al principio me contentaba sólo con verla desde mi asiento, mientras el profesor de turno explicaba el método de Rufini, el teorema de Pitágoras, las fórmulas físicas elementales, o lo que fuera. No lo oía. No me importaba. En clases mi única actividad era observar su rostro detenidamente y fantasear con la idea de que un día de éstos le hablaría y le diría lo que siento. El timbre de salida siempre me sacaba de aquellas escenas tan tontamente exageradas.

Por la tarde al llegar a casa no cogía los libros, ni me ponía a estudiar, ni repasar, ni nada; todo lo que hacía por las tardes era coger el discman y poner un CD con canciones romanticotas y cursis que compré por aquello días. Cantaba aquellas canciones en mi cuarto hasta quedar dormido y trataba –infructuosamente- de soñar con mi amor primero.

Aquí es conveniente leer nuevamente la primera línea de este relato. Nunca en mis 17 años de aquel entonces había abordado directamente a una chica. No sabía hacerlo y cada vez que, si acaso lo intentaba, las manos me sudaban y me volvía un tartamudo crónico. Llegó así el último día de clase y quedé resignado a perder a aquella chica sin siquiera haberle hablado. Sin embargo, aquel día a la hora de salida, cuando caminaba rumbo al paradero, la encontré allí, sola y serena, más no triste. Pensé por un momento en no detenerme y seguir avanzando, pero tomé valor y me quedé parado junto a ella.

Desde entonces decir “hola” no me es tan difícil. Responder a una sonrisa, tampoco. Hablar durante todo el recorrido de una vieja couster tampoco lo es. Lo que sí resulta complicado es decir “te quiero” en el momento adecuado y no cuando la chica de tus sueños se ha bajado de la combi en el paradero anterior.


6 comentarios:

Jorge Malpartida Tabuchi dijo...

Y sí sigues siendo bien mongo...¿Esta era la chica Tiabayina?

Zero dijo...

El burro habla de orejas xD

Y sí, ella misma, la del 8.

Yuki dijo...

parecen haber muchas historias de ese tipo, recuerdo que un amigo le dijo a una chica q le gustaba cuando subia a su combi y luego sin saber la respuesta o reacción de la chica se fue corriendo...a q es divertido XD

Claudia Almanza dijo...

vaya, no es mongo..es entre conmovedor y gracioso.
Ahora tu no eres mongo ..sino frikiXD
Pero uhmm jorge si es bien mongo.
Me gusto tu historia francisco

Maria dijo...

la verdad no soy muy buena dejando comentarios por que nunca se que poner - como ya te había dicho - pero esta muy xvr lo que escribiste me gusto mucho ... cdt

jess dijo...

chiko,.bonita historia.