Recuerdos *


Sé que nunca vas a leer esto. Ni siquiera sabes que llevo este curso en la universidad. Quizá por eso es que me animo a escribir estas palabras. (Ahora que me doy cuenta, tampoco sabes que escribo).

Hoy ha sido tu cumpleaños y no te he llamado (no tenía dónde) y tú tampoco lo has hecho (se te habrá olvidado). Eres igual de olvidadizo que yo. Mejor dicho, yo soy igual de olvidadizo que tú. Nos parecemos en tantas cosas que ya he perdido la cuenta.

Mis manos son idénticas a las tuyas y creo que mi risa también. Nos gusta caminar rápido. Comer como muertos de hambre. Hacer todo velozmente. Dominar a las personas con la mirada. Nos gusta nuestra soledad. Somos igual de callados e introvertidos. No nos gustan los paseos. Hay dos cosas que pueden hacernos voltear la cara: una chica de buen cuerpo y una moto pistera. Nos encantan las motos. Tú tuviste una a los 15 años y a mi, hasta ahora, no me la compras. Cuando te pones un terno sientes una extraña sensación, un plus a tu elegancia. Yo siento exactamente lo mismo. Nos gusta la carpintería: tú eres muy bueno, yo no tuve oportunidad de descubrirlo. Nos gusta leer, creo que de ti heredé el vicio de la lectura. Creo. Porque hay mucho que no sé de ti.

No sé como duermes, no sé cómo te afeitas (no sé cómo aprendí solo), no sé si cantas en la ducha, no sé que es despertar a tu lado. Tampoco sé cómo cocinas o si acaso lo haces, no sé como lavas o cómo barres. No sé cómo gritas, ni cómo golpeas. No sé si peleas. No sé si algún día estuviste, pero sé que no volverás.

Trato de rebuscar en mi memoria los mejores recuerdos que tengo contigo y constato, una vez más, que son pocos. Recuerdo el día que fuimos a la playa con mamá y te insolaste las piernas. Recuerdo también una tarde en el parque haciendo volar mi cometa de plástico. Como olvidar el día que me dejaste sólo conduciendo la moto o la vez que casi te cocho el carro por dejármelo manejar. O la vez que, sin querer, te propiné una patada donde más nos duele a los hombres.

Desde que tengo 12 años nunca más viniste a casa. Pero te veía, claro que sí: En la puerta del colegio, en el parque, a veces venias por mi en el auto, en la tienda, en tantos lugares que para mi no significaban, ni significan nada. Nunca se dieron cuenta (tú y mamá) que no me gustaba, que odiaba esas situaciones y me sentía horriblemente mal. Yo sólo quería una vida normal.

Pero no te preocupes, ya fue, no importa. Basta de reproches y de berrinches a estas alturas. Ya estamos grandes y las cosas no se pueden cambiar. No se quiere tampoco.

Sólo quiero decirte, con estas palabras estoy seguro nunca leerás, que te quiero mucho y me hubiera encantado darte hoy un abrazo, aunque después de ello (como todas las veces) tenga que decirte: ya nos vemos otro día, papá.


* Texto de Junio de 2008, modificado y corregido para un trabajo de la universidad del semestre en curso.

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